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Extrañar

Dicen que una imagen vale más que mil palabras, pero aún así, hay sensaciones que ni las palabras consiguen plasmar. La alegría se puede transmitir, la tristeza puede conmocionar, podemos entender a veces cómo se sienten los demás no por cómo nos lo expresan y nos dibujan esa sensación, pero más bien, porque cada uno de nosotros ya la ha sentido antes y así podemos reconocerla.

Echar de menos es una de esas sensaciones curiosas que es hartamente difícil de aprehender. Son tantas las formas de extrañar algo o a alguien que no siempre intentar verbalizarlo termina en éxito. Estar en determinados sitios y sentir un aguijón clavarse en algún punto del interior que hace que se congele la sonrisa mientras por la mente cruza un fugaz pensamiento diciendo "ojalá estuviera aquí para compartirlo", para ese tipo de segundos, decir que se echa de menos a alguien, es quedarse muy corto. Un grupo de palabras así no consigue englobar esa marea de emociones que se desencadena tan solo por el hecho de no poder compartir algo que siempre se dió por sentado que sería compartido y sobre lo que ya había planes. No puede transmitir el poso de tristeza y amargura que se niega a irse aún cuando la razón sabe que no aportan nada. En él no convergen el peso de las ilusiones destrozadas y de los sueños que, poco a poco, ya nunca se harán realidad y que se van haciendo añicos día a día. Echar de menos no deja ver esas ganas que en esos segundos nos entran de coger un teléfono y poder marcar nueve dígitos para localizar a la otra persona. Extrañar no explica esa certeza de saber que, aunque sonara alguna voz al otro lado del aparato, las palabras se agolparían en la garganta sin sentido, sin llegar a ser pronunciadas formando algo coherente. Echar de menos, desde luego, no sirve para comentar que la marca de ese aguijoneo de tristeza no se va a ir, no alivia esa pequeña cicatriz que, sumada a otras, va trazando un mapa que cuenta mucho más de lo que parece. No descarga la tensión de esos dientes apretados, de ese esfuerzo por mantener la sonrisa, por ponerle freno a lágrimas o a una mueca congelada medio macabra. No contribuye al trabajo que supone intentar seguir adelante. No seca lágrimas.

Echar de menos no deja traslucir todos aquellos proyectos que se aplazan, o que nunca se llegan a hacer tan solo porque ya no se podrían compartir con quien a uno le gustaría.  No deja constancia de los caminos que se dejan de recorrer y de las vías alternativas que se buscan para no tener que enfrentarse a situaciones que se saben dolorosas. Echar de menos se queda muchas veces corto para explicar el cúmulo de sensaciones que en cuestión de segundos se pueden llegar a agolpar y que te cortan la respiración durante un espacio tan breve que tal vez no lo notas, pero que es como un golpe recibido en el estómago. Echar de menos es solo una forma demasiado simplificada de lamentar a veces errores que no tienen vuelta atrás, una constancia de los fallos cometidos que nos perseguirán sin arreglo en el futuro.

Tenemos que comunicarnos y las palabras son nuestras herramientas para ello, pero a veces ocultan demasiada complejidad en su apariencia sencilla.

1 comentario:

el chico de la consuelo dijo...

Hola, paso por la puerta de vez en cuando
veo cartas acumuladas en el buzón
las persianas bajadas
y no puedo dejar de recordar
viejas conversaciones con la propietaria
en el porche de su puerta,
¿Dónde habrá ido?
me pregunto
y busco un post it pegado
en algún rincón señalando
la fecha de regreso.